«Despidos por diseño», portada de la Bonilista 753
Despidos por diseño.

¿Hay empresas que, por diseño, son más proclives a despedirte que otras?

No me refiero a idioteces tipo hacer una campana de Gauss con el supuesto rendimiento de la plantilla y echar cada año al 20 % «menos bueno», para asegurarte de que te quedas solo con la «élite», sino a características que condicionen el modelo organizacional, independientemente de la última estupidez que se le pueda ocurrir al visionario de turno.
 
Hace algún tiempo, leí un post de Joost van Dreunen sobre el castigado sector de los videojuegos en el que desvelaba que —de 2020 a 2025— entre las 50 compañías europeas de videojuegos más importantes, las cotizadas habían despedido a un 25 % de su plantilla mientras las que permanecían en manos de inversores privados la habían aumentado un 8 % de media.
 
No es una casualidad. Hay muchos más estudios e informes que reflejan esa tendencia en otros sectores y geografías. Un informe del Fondo Monetario Internacional de 2016 concluyó que la probabilidad de que en un periodo de recesión se realicen despidos masivos es EL DOBLE en empresas cotizadas respecto a las que no lo son.
 
Pero no es el único factor que afecta a la predisposición al despido en una compañía. El tamaño es otro. Un estudio publicado en 2023 por el Journal of Business Ethics demuestra que las PYMEs tienden a despedir menos que las grandes corporaciones, incluso cuando baja el rendimiento del empleado.
 
Y, por supuesto, otra circunstancia que influye decisivamente a que una organización sea más propensa a despedir es la dependencia de financiación externa. En este artículo académico sobre el impacto de los despidos en las startups se subraya que, cuando la financiación es incierta, los despidos son una de las primeras medidas de ajuste.
 
Pero ¿por qué?

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En el caso de las empresas cotizadas, la obligación de presentar resultados de forma periódica y la presión de los analistas e inversores si no se cumplen sus previsiones aumentan el incentivo a hacer ajustes rápidos de plantilla para tratar de maquillarlos.
 
Y es que la inmensa mayoría del gasto en salarios se contabiliza como OPEX y se debe restar de los beneficios del ejercicio. Sin embargo, otras inversiones —el pago de servicios subcontratados a terceras empresas, también— pueden contabilizarse como CAPEX, un activo en el balance que va depreciándose a lo largo de varios años. Lo que, en el corto plazo, afecta menos al beneficio contable.
 
Por supuesto, no todas las empresas cotizadas son tan cortoplacistas. Por poner un ejemplo dentro del mismo sector del videojuego, Nintendo nunca ha dejado de contratar, impulsada por una cultura que promueve la creación de valor a largo plazo y donde los empleados se consideran un activo, no un pasivo financiero.
 
Respecto al tamaño de la organización, la menor propensión al despido en la PYME tiene mucho que ver con la denominada social proximity o «proximidad social», los lazos personales entre directivos y empleados que generan más estabilidad y una mayor resistencia interna a los despidos masivos.
 
Por último, las compañías que dependen de la financiación externa —como las startups— están completamente condicionadas por el modelo de negocio de la misma. Este artículo de Bozkaya y Kerr muestra que cuando el coste de ajustar plantilla sube, cae la inversión; es decir, el capital riesgo busca entornos donde pueda sobrecontratar y ajustar empleo con rapidez.

Y, por supuesto, hay muchos más factores que pueden modelar una organización más propensa al despido, simplemente atendiendo a los datos disponibles.

Gráfica que muestra varios factores que pueden afectar a la tendencia al despido de una empresa.

Podemos concluir, por tanto, que es cierto que hay compañías que por su propia naturaleza tienen más probabilidades de acometer planes estratégicos de despidos que otras. Detrás de esa realidad no hay maldad, sino pura arquitectura de incentivos.
 
Los «despidos por diseño» aparecen cuando en una organización se penaliza más el retraso en el ajuste que el coste —financiero, de productividad y de fidelización de la plantilla— que supone una ronda de despidos.
 
Esto no es ni malo ni bueno. Incluso sabiendo que —en el caso de que vengan mal dadas— tengan un 30 % más de riesgo de que les echen, muchos preferirán trabajar en la filial de una Big Tech y disfrutar de interminables beneficios corporativos e incluso del reconocimiento social. Porque, seamos sinceros, todos asumimos que si alguien ha superado el proceso de selección de «Froogle», «Mocosoft» o «Amatón» es porque es muy bueno en lo que sea que haga.

A pesar de que haya el doble de posibilidades de que incurran en despidos masivos, algunos pueden preferir trabajar en una empresa cotizada antes que en una compañía familiar y más pequeña, porque apuesten que a ellos no les afectarán dichos despidos y —en caso de recesión económica— esas grandes organizaciones tengan más probabilidades de subsistir.
 
Otros pueden preferir trabajar en países con mucha menor protección al empleado si a cambio reciben un salario mayor o asumir la inseguridad de una startup a cambio de la posibilidad de tener un mayor impacto o de la potencial recompensa en caso de éxito.
 
Todas las opciones son respetables. Lo único que nunca deberíamos aceptar es jugar a algo sin conocer las reglas de juego.

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