|
Con 12 años, todavía en EGB, monté «una empresa» con un compañero de clase. Hacíamos pulseras y collares que vendíamos a otras niñas y niños. Y, cuando conseguimos escalar (tal vez éramos 8-10 personas), decidieron echarme.
No deja de resultar curioso; yo gestionaba todo, repartía el dinero a partes iguales y, sin embargo, me acusaron de hacer poco o nada. Está claro que, en ciertos ámbitos, la gestión de un equipo, la coordinación o el liderazgo están realmente infravalorados. No pasa nada, éramos críos… y la empresa se fue al traste esa misma semana.
Hace 13 años decidí emprender por segunda vez. Nos juntamos cuatro personas que habíamos coincidido en una agencia extinta y decidimos imaginar una forma diferente de hacer comunicación.
En 2012, todavía había demasiadas agencias muy parecidas a la realidad que mostraba la serie Mad Men. Así que decidimos hacer todo lo contrario: huir de estereotipos publicitarios, fomentar la equidad de género y ser transparentes.
Siempre he creído en la bondad intrínseca del ser humano. Tal vez sea un poco idealista o demasiado inocente, pero esa perspectiva vital me ha funcionado. De vez en cuando te llevas un buen golpe cuando alguien te falla, pero me parece más justo partir de que una persona —por defecto— va a intentar hacer las cosas lo mejor posible, en vez de dar por hecho que va a aprovecharse de ti porque alguien lo haya hecho antes. A mí me compensa.
Con el tiempo, me fui interesando por temas de productividad, optimización de procesos o gestión de recursos humanos. Yo no lo sabía aún, pero lo que realmente me interesaba era comprender cómo crecer manteniendo de verdad a las personas en el centro de la estrategia.
Empezando por dejar de llamarles «recursos humanos», expresión heredada de la revolución industrial, que concibe a las empresas como una caja negra en la que entran inputs, salen outputs y todo lo que hay dentro no son más que recursos para lograr un beneficio económico.
Además del lenguaje de aquella época, también sigue latente la idea de que las personas trabajadoras son —en general— vagas, que solo trabajan por dinero y evitan las responsabilidades. Por suerte, hay empresas en las que se parte de lo contrario: toda persona prefiere hacer un buen trabajo si cuenta las condiciones para ello. Lamentablemente, es difícil cambiar esos prejuicios, porque ambas asunciones suelen cumplirse. Diseñamos estructuras empresariales y prácticas laborales que hacen que se cumpla nuestra propia visión de la empresa. Es una profecía autocumplida.
Nuestra empresa es una cooperativa sin ánimo de lucro. Esto no significa que seamos una ONG. Tenemos un sueldo, como todo el mundo, pero no hay reparto de beneficios; se reinvierten en la cooperativa para mejorar las condiciones de TODAS las personas, no solo de las socias.
A pesar de que nuestro propio cuerpo funciona de manera descentralizada y sin un único líder (realmente tenemos 3 cerebros), la cultura empresarial imperante parte del supuesto de que no puede haber más de una persona al mando. Vivimos en pirámides empresariales.
Eso sí, si pretendes horizontalizar tu empresa, debes evitar la parálisis por análisis, dando responsabilidades y poder a tu equipo.
|