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¿Estarías dispuesto a renunciar a tu privacidad por 200.000 euros? ¿Y por 400.000?
Esos son los salarios que ofrece Crossover para trabajar en remoto, desde cualquier parte del mundo.
Lo que no cuentan es que el empleo lleva implícito la instalación de WorkSmart, su herramienta de monitorización que —entre otras cosas— registra la actividad de tu teclado y ratón, toma capturas de pantalla y fotos con tu webcam de forma inadvertida, cada cierto intervalo de tiempo.
Todo un paquete de información que alguien —o algo— tiene que aprobar para dar por productivo cada minuto del tiempo en el que se supone que estás trabajando. No es una licencia dramática, cada minuto debe ser aprobado o no se cobra.
Evidentemente, esas capturas y fotos pueden incluir desde información sensible. Por ejemplo, el login en tu cuenta bancaria o el momento en el que tu pareja cruzaba por detrás de ti —camino a la cocina— en ropa interior.
Y toda esa información se guarda en «el ordenador de alguien» también conocido como nube. Un ordenador que, por supuesto, puede ser hackeado.
Eso es exactamente lo que le pasó a WorkComposer —un software similar a WorkSmart— del que copiaron 21 millones de capturas de pantalla de 200.000 personas. Te tienes que reír por no llorar.
El «método Crossover» es una horrible distopía estajanovista, pero ¿podría existir algún tipo de control de tiempo ético y que no fuera alienante para el trabajador?
Probablemente, la mejor manera de conseguirlo sería que dicho control de tiempo fuera voluntario. Yo mismo mido en qué empleo mi tiempo cuando estoy delante del ordenador.
Y esa voluntariedad exigiría una total transparencia. Que se conociera qué se controla, cómo y por quién.
Pero el concepto de «voluntario» es muy voluble cuando se desarrolla en una relación tan asimétrica como puede llegar a ser la que se desarrolla entre empleado y empleador, así que, otra palanca ética que podríamos accionar es que dicho control fuera privado.
Que solo los controlados pudieran ver el detalle del empleo de su tiempo y los responsables dispusieran solo de un conjunto de datos agregados de las personas a su cargo.
Por supuesto, alguno podríais llegar a la conclusión de que así sería complicado controlar exactamente qué están haciendo los trabajadores durante su jornada laboral, pero quizás deberíamos plantearnos antes para qué queremos controlarlos.
Porque, en realidad, como responsable —y como empresario— te da absolutamente igual lo que haga un trabajador durante su jornada laboral, lo que realmente importa es que sea suficientemente productivo. Y, si es posible, tener mecanismos para reconocer al que es especialmente productivo, para poder premiarlo.
Desde esa perspectiva, implementar un sistema de control exhaustivo de actividad no solo demuestra una total falta de confianza en tu plantilla, sino que significa reconocer tu incapacidad para medir la productividad real de la misma.
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